Malvasía
El poema que se ha consagrado al viaje busca, necesariamente, realizar una confesión y hacer enmienda. Lo primero exige inaudita sumisión del poema hacia los hechos. Lo segundo demanda del propio poeta un imposible. Precisamente por eso, por su carácter infranqueable, el viaje es la materia predilecta de la poesía. En Malvasía, Antonio Trujillo reconstruye, a fuerza de imagen, una geografía personal grabada en el envés de lo decible. Cada poema contiene la dosis de memoria y olvido que todo periplo biográfico reclama. Por eso mismo este libro nos exige mucho: inocencia, honestidad con nuestros propios extravíos y, sobre todo, fe en lo contingente de las palabras. En Malvasía un mapa íntimo dicta el acaecer y la distancia pero es una voluntad colectiva y antigua quien traza los caminos sobre una mar también en tránsito. Cada viaje es, por supuesto, el alejamiento y la fundación de un país. Así, en singular, porque es el mismo siempre. Esta ha sido y es la mayor de las angustias de Trujillo. En su poesía las regiones son, más que una estética, el testimonio de una lucha contra la dispersión de la tierra propia, la supresión del ser ágrafo y la desmemoria. En otras palabras una batalla por la permanencia del viajero. Malvasía, antigua uva mediterránea, es un título que alude al fermento: la liquidez que de tanto serse huye fuera de sí.
Todo este despliegue poético nos prepara para afirmar que una mudanza es un acto de fidelidad por el lugar primigenio. ¿Qué se lleva uno en la mochila —en forma de objetos o ardor— si no la ciudad que deja? Hay en esta voz una insularidad perfecta. El poema verdadero es en sí mismo un camino inagotable.