En ejercicio del amor

El psiquiatra Sigmund Freud llegó a pensar que el enamoramiento era una especie de pequeña psicosis. En la experiencia poética de Gustavo Pereira, esa sinrazón amatoria es bautizada como la incordura, y se expresa en la metáfora amorosa que transfiere el microscópico tejido del cuerpo amado a las dimensiones del cosmos.

En este estado de embriaguez erótica la metáfora no es un puro asunto de lenguaje: la metáfora es la manifestación de una experiencia, la cohabitación erótica de la palabra y el cuerpo, su pase a la eternidad momentánea de la poesía. Cuando el cuerpo y el alma copulan en la metáfora, a la embriaguez resultante se le denomina amor y la poética se convierte en ars amandi.

Pereira somete a su rigor de la metáfora todas las facetas del universo amoroso: el encuentro, el deslumbramiento, la desnudez, la cotidianidad, el abandono; la piel, el aliento, el color, el rastro, en una cosmografía en que fulgura, como premio y como gracia del amor, la divina incordura.

Ya sea en el instante sin preceptiva del somari, ya sea en el poema de más largo aliento, el poeta nos retrata como destello la circunstancia amorosa, pero a la vez da nombre a su trascendencia como memoria y como destino.

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